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sábado, 22 de julio de 2017

Des...



Cartel del cortometraje



“Des…“ surgió de un minuto inconcreto. Ni siquiera recuerdo el color de esa fracción de tiempo;  mi ánimo durante aquellos sesenta segundos es ahora un misterio, y su contenido va y viene entre un nebuloso batiburrillo de posibilidades cotidianas. ¿Estaba leyendo? ¿Escribiendo? ¿Venía de leer? ¿De escribir? ¿Pensaba en leer? ¿En escribir? No lo sé, ni me preocupa demasiado. Sólo sé que la idea surgió, de esto estoy seguro, giró un par de veces en mi pizarra mental y tomó la forma de una historia, una historia que me indicó hacia dónde debía ir. Bueno, más bien me lo ordenó.  Sin saber muy bien el porqué, me sentí absolutamente convencido de que debía grabar un cortometraje; aquel cortometraje. Y así empezó esta pequeña aventura. Siempre he coqueteado con la idea de hacer cine, pero infinidad de factores adversos impidieron que aquellos intentos llegasen a buen puerto. “Des…”, sin embargo, vino cargado de soluciones. No, no hablo de cheques, ni de recomendaciones, ni nada de eso, hablo del factor humano, el que me ha llevado a escribir este post. “Des…” se hizo porque personas como Antonio Hernández (AHer), familiar y amigo, con el que ya he trabajado anteriormente —ilustró mi novela Viajeros del Picoteórico, haciéndola tan suya como mía, y me acompañará próximamente en la creación de nuestra propia editorial—, se ofreció nuevamente a colaborar, esta vez cediendo su arsenal privado de focos y cámaras. O Daniel Parra (Animagina), amigo de la infancia, que ayudó con el montaje y reaprovechamiento de planos fallidos, típicos en cualquier ejercicio primerizo. O el músico Manu Knwell, que conectó con la pieza desde el lejano Chile y nos ofreció otro excelente trabajo de su Kasa de Orates. Tengo que mencionar también a mi amiga  Cristina Jassogne, actriz versátil y con fuerza, que interpretó a la sufrida protagonista de esta historia de ¿terror? Su presencia en el cortometraje dio pie a toda una cadena de acontecimientos que terminaron beneficiándome personalmente, a niveles que sólo yo, mi pareja y unos pocos amigos podemos apreciar en su debida importancia. Pero ésta es otra historia.

Ahora, esta pequeña pieza, con un presupuesto que ronda los cincuenta euros, grabada sin experiencia, casi improvisada de un día para otro, es y será exhibida en algunos festivales. Supongo que no hará mucho ruido pero tengo la seguridad de que está, y está porque me lo pidió. Agradecida por existir, ha dejado también el regusto por el lenguaje cinematográfico, dando paso a un segundo cortometraje, “Veermee 42”, en el que trabajamos ahora mismo. Y todo esto, ¡sorprendente!, en un minuto inconcreto.


El segundo asalto se llama Veermee 42, una fantasía tan oscura como la mente
de su protagonista.