domingo, 17 de diciembre de 2017

Adelfos, nuestro viejo amigo




Ilustración de Juan Alberto Hernández 


Cerrad las puertas. Cerrad las ventanas. Aislaos del ruido exterior y quedaos a solas. Podéis sentir la multitud de yoes que dan forma a eso que llaman interior, oír sus (vuestros) pasos, sus (vuestras) voces. A veces hablan (habláis) consigo mismos, jamás entre ellos (vosotros), porque son (sois) malos vecinos los unos de los otros y manotean (manoteáis) para conseguir el control, cosa que hacen (hacéis) cada poco tiempo. Observaréis que algunos os han empujado a tomar malas decisiones en más de una ocasión, o que han envenenado vuestros oídos cuando necesitabais una mano amiga; otros minaron el valor necesario para afrontar ciertas dificultades, y los hay, por el contrario, que se lanzaron a la batalla como auténticos kamikazes, porque para ellos todo enemigo es pequeño. Por fortuna existen los pacíficos y prudentes, dotados de una inteligencia superior que evitará el derramamiento de lágrimas y sangre. ¿Los reconocéis? Seguro que sí. Con el tiempo, algunos de ellos (vosotros) acabarán alzándose sobre el resto, como los ñus del Serengueti que logran cruzar el río plagado de cocodrilos y dejan atrás un reguero de hermanos muertos. Llegarán (llegaréis) a la otra orilla y harán (haréis) uso del ascenso. Sus (vuestras) voces sonarán fuertes y serán persistentes en sus intenciones. Algunas vendrán armadas con un plumín de acero y litros de tinta. Las oiréis gritar:



                     «¡Necesito compartir una historia!»



   No faltarán voces —las más pequeñas— que hablen acerca de la inutilidad de la tarea, pero el Yo cuentahistorias es ahora un YO CUENTAHISTORIAS, y se mostrará decidido. Os citará cada día en su habitáculo particular, será amable, seductor, y sabrá entreteneros. El resto de yoes callará, ¡callaréis!, y el cuentahistorías mandará para bien, porque pocas cosas hay más sanadoras que la comunión del Íntimo, nuestro (vuestro) espíritu, con un alma que guste de la hora del té y de los secretos novelescos que endulzan sus minutos. Decía Valentín de Alejandría que el mundo visible es un mundo caído, no divino, y que lo “invisible”, lo que habita en nuestro interior nos provee de lo necesario para alcanzar la luz, o la divinidad, si preferís llamarlo de este modo. Doy (damos) fe de su poder, gracias a un yo persistente que levantó la voz hace años y empezó a narrar la fascinante historia de un mundo fraccionado. Adelfos, como tituló la historia, nos ha acompañado todo este tiempo, creciendo, reestructurándose, afilando pasajes, deshaciéndose de otros, llorando y riendo. Todavía hoy tiene algo que decir al respecto, todavía hoy se resiste a convertirse en un cuentahistorias sin nada más que contar. Pero ese momento ha llegado, y el entrañable yo, armado de valor, dejará de animar la hora del té para convertirse en libro. 


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