Ilustración de Juan Alberto Hernández |
Cerrad las puertas. Cerrad las ventanas. Aislaos del ruido exterior y quedaos a solas. Podéis sentir la multitud de yoes que dan forma a eso que llaman interior, oír sus (vuestros) pasos, sus (vuestras) voces. A veces hablan (habláis) consigo mismos, jamás entre ellos (vosotros), porque son (sois) malos vecinos los unos de los otros y manotean (manoteáis) para conseguir el control, cosa que hacen (hacéis) cada poco tiempo. Observaréis que algunos os han empujado a tomar malas decisiones en más de una ocasión, o que han envenenado vuestros oídos cuando necesitabais una mano amiga; otros minaron el valor necesario para afrontar ciertas dificultades, y los hay, por el contrario, que se lanzaron a la batalla como auténticos kamikazes, porque para ellos todo enemigo es pequeño. Por fortuna existen los pacíficos y prudentes, dotados de una inteligencia superior que evitará el derramamiento de lágrimas y sangre. ¿Los reconocéis? Seguro que sí. Con el tiempo, algunos de ellos (vosotros) acabarán alzándose sobre el resto, como los ñus del Serengueti que logran cruzar el río plagado de cocodrilos y dejan atrás un reguero de hermanos muertos. Llegarán (llegaréis) a la otra orilla y harán (haréis) uso del ascenso. Sus (vuestras) voces sonarán fuertes y serán persistentes en sus intenciones. Algunas vendrán armadas con un plumín de acero y litros de tinta. Las oiréis gritar:
«¡Necesito compartir una historia!»
No faltarán voces —las más pequeñas— que hablen acerca de la inutilidad de la tarea, pero el Yo cuentahistorias es ahora un YO CUENTAHISTORIAS, y se mostrará decidido. Os citará cada día en su habitáculo particular, será amable, seductor, y sabrá entreteneros. El resto de yoes callará, ¡callaréis!, y el cuentahistorías mandará para bien, porque pocas cosas hay más sanadoras que la comunión del Íntimo, nuestro (vuestro) espíritu, con un alma que guste de la hora del té y de los secretos novelescos que endulzan sus minutos. Decía Valentín de Alejandría que el mundo visible es un mundo caído, no divino, y que lo “invisible”, lo que habita en nuestro interior nos provee de lo necesario para alcanzar la luz, o la divinidad, si preferís llamarlo de este modo. Doy (damos) fe de su poder, gracias a un yo persistente que levantó la voz hace años y empezó a narrar la fascinante historia de un mundo fraccionado. Adelfos, como tituló la historia, nos ha acompañado todo este tiempo, creciendo, reestructurándose, afilando pasajes, deshaciéndose de otros, llorando y riendo. Todavía hoy tiene algo que decir al respecto, todavía hoy se resiste a convertirse en un cuentahistorias sin nada más que contar. Pero ese momento ha llegado, y el entrañable yo, armado de valor, dejará de animar la hora del té para convertirse en libro.
«¡Necesito compartir una historia!»
No faltarán voces —las más pequeñas— que hablen acerca de la inutilidad de la tarea, pero el Yo cuentahistorias es ahora un YO CUENTAHISTORIAS, y se mostrará decidido. Os citará cada día en su habitáculo particular, será amable, seductor, y sabrá entreteneros. El resto de yoes callará, ¡callaréis!, y el cuentahistorías mandará para bien, porque pocas cosas hay más sanadoras que la comunión del Íntimo, nuestro (vuestro) espíritu, con un alma que guste de la hora del té y de los secretos novelescos que endulzan sus minutos. Decía Valentín de Alejandría que el mundo visible es un mundo caído, no divino, y que lo “invisible”, lo que habita en nuestro interior nos provee de lo necesario para alcanzar la luz, o la divinidad, si preferís llamarlo de este modo. Doy (damos) fe de su poder, gracias a un yo persistente que levantó la voz hace años y empezó a narrar la fascinante historia de un mundo fraccionado. Adelfos, como tituló la historia, nos ha acompañado todo este tiempo, creciendo, reestructurándose, afilando pasajes, deshaciéndose de otros, llorando y riendo. Todavía hoy tiene algo que decir al respecto, todavía hoy se resiste a convertirse en un cuentahistorias sin nada más que contar. Pero ese momento ha llegado, y el entrañable yo, armado de valor, dejará de animar la hora del té para convertirse en libro.
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